El cine español vive una salud de hierro estos últimos años. La industria española ha estado plagada de películas extraordinarias y relevantes como “Cerrar los ojos”, “Dolor y Gloria” o “As Bestas”, pero faltaba una de esas experiencias que te sacuden y te vuelan la cabeza que acaban en lo alto de los tops de las listas de películas del año a nivel internacional. “Sirat” es el pelotazo que le faltaba al cine español para impactar no solo al mundo cinéfilo patrio, sino también al de más allá de nuestras fronteras.
Es muy difícil realizar un análisis de “Sirat” sin entrar en spoilers, pero también es necesario llegar virgen de ellos al visionado para poder disfrutar al máximo de la experiencia. El término Sirat significa en árabe camino, sendero y, en la religión islámica, puente sobre el infierno que hay que cruzar para alcanzar el paraíso. Dicho viaje en busca de su paraíso particular, que sería poder encontrar a su hija desaparecida hace meses en una rave, emprende un padre junto a su hijo pequeño con la decisión de unirse a grupo de raveros por una travesía en el desierto en busca de una rave gigante en medio del desierto donde podría encontrase su hija y el paraíso para ese grupo de raveros que solo buscan la libertad física y espiritual mediante horas inagotables de baile. El movimiento Rave nace a finales de los años 80, en Inglaterra, como parte de un movimiento de la música electrónica que fomentaba una cultura de libertad, de estar al margen del sistema y de comunidad de colaboración mutua, donde la música y otras sustancias permiten entrar en un estado de trance y espiritualidad.
“Sirat” es una película sorprendente, cuyos primeros minutos parecen que van a ir por los caminos típicos del cine de Óliver Laxe, un cine contemplativo, con planos largos y una puesta en escena e imágenes llenas de misticismo y espiritualidad, relatando una movie road entre dos formas de entender el mundo, la del padre y la de los raveros, y como esos mundo acaban confluyendo llegando a puntos de entendimiento. Pero a los 40 minutos de metraje, todo salta por los aires y Laxe alcanza cimas y lugares nunca antes experimentados en su cine. “Sirat” se convierte en un descenso a los infiernos para sus personajes y para el espectador que quedará sobrecogido y con mal cuerpo hasta el final de la película, una experiencia que te sacude y que no te deja indiferente. Esta búsqueda del paraíso terminará siendo un recordatorio desolador de que cualquier amago de salirse del sistema y de lograr una libertad plena será dinamitado por éste mismo hasta en el fin del mundo. Un fin del mundo representado en un desierto filmado de forma magistral e hipnótica por Óliver Laxe que por momentos logra mimetizarse con el mejor George Miller en Mad Max. Además de esto, Laxe consigue reflexionar sobre los prejuicios que establecemos ante ciertos colectivos, la volatidad y caprichosidad de la vida y la cercanía de la muerte y el más allá. Podemos tomar el viaje también, como un trayecto por el purgatorio de unos personajes que intentan expiar sus pecados, en el caso del padre una culpabilidad impuesta por él mismo por no haber podido retener a su hija dentro de unos estándares de vida considerados por él normales y en caso de uno es raveros condenados por unos estereotipos sociales que los hacen estar mal vistos. Mención especial merecen un uso de sonido y de la música absolutamente magistral que ayudan al espectador a introducirse hasta las entrañas en este estado de trance por el desierto.
“Sirat” es una experiencia espectacular y alucinante que debería tener un papel estelar en los próximos Goya y que, debería asomar la patita en lo que a premios y nominaciones internacionales se refiere.
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