“El Jockey”, cine brillante, valiente y sin límites

Qué difícil es hablar de una película como “El Jockey”, el último trabajo del director argentino Luis Ortega, pero más difícil es seguir encontrándonos con propuestas tan valientes, alocadas, kamikazes y desafiantes con el espectador. Y todavía más difícil resulta que esta propuesta funcione a tal nivel que se convierte en una joya absoluta del cine reciente. “El Jockey” es un verso libre, una de esas películas que o te apasionan o huyes a los 10 minutos de metraje. En nuestro caso, hemos quedado enamorados ante semejante reto visual y argumental.

Desde su primer plano, “El Jockey” crea una atmósfera de sueño y fábula cómica, absurda y fantástica que se va alimentando con el paso del metraje gracias tanto a su aspecto visual, como a la historia que se desarrolla en pantalla, creando un mundo absolutamente hipnótico y mágico del que no se puede despegar los ojos durante los poco más de 90 minutos de duración. Seguimos la historia de Remo, un Jockey que vive sus horas más bajas como profesional mientras intenta lidiar con su situación ayudándose de drogas y alcohol. Le acompaña su novia (una fantástica Úrsula Corberó) también Jockey, con la que espera un hijo y está obteniendo mejores resultados profesionales. Ambos trabajan para un mafioso fan de los bebés que vive acompañado por unos secuaces tan absurdos como imponentes. Todo el camino hacia el punto de inflexión de la película es un festival de estilo visual, potencia narrativa, música, bailes y personajes a cada cual más pintoresco. Dicho punto de inflexión se vive tras un accidente sufrido por Remo en una carrera con el nuevo caballo comprado por su jefe, que termina con la muerte del animal y la rotura del cuerpo de Remo. Esa rotura hace salir la identidad escondida de Remo. Dejaremos que descubráis por vosotros mismos el rumbo que toma la película a raíz de ese incidente. A todo lo sublime mencionado en esa primera mitad, le acompaña un deleite de humor negro, realismo fantástico, absurdo y una reflexión (entre muchas otras, como el amor materno o el capitalismo) tan brillante y potente sobre la identidad de género y la transexualidad que terminan convirtiendo a “El Jockey” en un salto al vacío absolutamente magistral.

Esta historia rocambolesca, febril y surrealista consigue mostrarse real y creíble dentro de un universo, que ella misma ayuda a crear gracias a sus elementos de humor negro, fantasía y absurdo y a una simbiosis y alimentación mutua con una puesta en escena que nos retrotrae a un mundo de sueño y realismo mágico. Empezando por una magistral  dirección de fotografía que nos recuerda al universo de Kaurismaki (a cargo de un habitual de su cine, Timo Salminen) y terminando por un diseño de producción, vestuario y peluquería que parecen sacados de la ensoñación de un unirverso almodovariano. Ayuda un increíble reparto entregado a la causa, encabezado por un ya icónico Nahuel Pérez, acompañado por una fantástica Úrsula Corberó y un variopinto grupo de personajes, a cada cual más estrafalario. Por último, destacar dos milagros: ser capaz de dirigir de una forma tan magistral, tanto en forma como en fondo, esta historia y, precisamente, un guión icónico, brillante, genial y ante todo, desafiante para con el espectador.

En definitiva, viva “El Jockey” y la gente que se atreve por seguir apostando por un cine complicado, valiente, sin límites, sin miedos, que se salta las normas, que mantiene la fé en la inteligencia del espectador al que reta a límites insospechados y que nos siguen recordando la magia interna que se siente ante un producto que, durante 90 minutos, no para de sorprenderte y te acompaña durante días, semanas, años…una vida.

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