“Paddington: una aventura en Perú”, Paddington vuelve para salvarnos a todos

Podría parecer una locura pero la trilogía de Paddington está a la altura de las grande trilogías de la historia del cine como “El Padrino”, “El Señor de los Anillos” o “Toy Story”. En un mundo lleno de cinismo, odios, conflictos y faltas de respeto, introducirnos en el mundo de este maravilloso osezno es una sensación mágica, cálida y reconfortante. Un lugar donde reina y se vence a los malvados con amabilidad, buenos modales, generosidad, amor y sándwiches de mermelada. 

Esta tercera entrega tiene todo esto y mucho más. Es cierto que al salir de Londres (y no tener a Hugh Grant) la película pierde un poco de magia que aportaban dichos factores pero gana en otros como emotividad y eso que las anteriores entregas ya iban cargadas de ella. La película nos traslada a una aventura divertidísima en la selva, Perú, que nada tendría que envidiar a una de Indiana Jones. No falta unos villanos divertidísimos encarnados por Olivia Colman y Antonio Banderas.

Dougal Wilson tenía una labor complicada en hacerse cargo de dirigir la salga, más después de “Paddington 2” que como decía Nicolas Cage interpretándose a sí mismo “es una de las 3 mejores películas de la historia”. Pero Wilson está a la altura. Su dirección mantiene ese toque cuqui y de cuento tan entrañable que caracteriza a las películas del oso, consigue crear una aventura familiar ejemplar, aporta nuevas cosas en la trama que sirven para saber más sobre el protagonista y mezcla a las mil maravillas reflexión y emoción en la historia.

Paddington vuelve a mostrarnos que el verdadero “Dorado” de nuestras vidas no es ni el oro ni las riquezas, el verdadero “Dorado” son esas pequeñas cosas que nos hacen disfrutar de la vida y nuestros seres queridos. Una lección de no olvidar nuestros orígenes, de descubrirnos a nosotros mismo y de la importancia de nuestra familia, la genética y la que elegimos. Un servidor pasó sus últimos 15 minutos con pañuelos en las manos, con lágrimas y una sonrisa en la cara y con ganas de volver a reencontrarme con este oso/caballero londinense y nos recuerde otra vez el camino para que este mundo merezca la pena.

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